lunes, 30 de abril de 2018

¿PORQUE MENTIMOS TANTO SI SABEMOS QUE ESTA MAL?

Nadie está libre de faltar al octavo mandamiento. Contamos una mentira cada ocho minutos, según el estudio realizado por el psicólogo Jerald Jellison. "Había un tráfico horrible", dice el que llega tarde «No pasa nada, ya lo haré», es la frase calmante del que sabe que mañana tendrá un problema. Y qué decir de esas trolas "mañana empiezo", que tranquilizan la conciencia. Las mentirijillas o las grandes mentiras están presentes en todas las relaciones, ya sean familiares, de pareja, laborales, políticas y judiciarias.
Algunos embustes alcanzan por pleno derecho la categoría de escándalo nacional. A pesar del hábito de contar milongas, la realidad y la verdad son dos ingredientes fundamentales de la salud mental. Para mentir el cerebro tiene que hacer un triple gasto, reprimir la verdad, elaborar una nueva historia creíble y manejar el miedo de ser descubiertos. Hay mentiras que ocultan parte de la verdad, obviando elementos. Otras son auténticas historias inventadas. Buscamos la certeza, pero tenemos una especial inclinación por los cuentos chinos. Cultivar la sinceridad supone un esfuerzo consciente como lo es mantener el cuerpo en buena forma o tener una buena alimentación.

¿MIENTES O TE MIENTEN?


Para Paul Eckmann, pionero en el estudio de las expresiones faciales "la mentira es un componente esencial de la inteligencia social" porque de ella se obtiene algún beneficio:
1. Mejorar la propia imagen. Si se quiere dar una mejor impresión o salvaguardar la reputación, se «maquilla» un poquito la verdad, piensa el mentiroso vanidoso, especialista en poner relleno en el currículo. Si son descubiertos suelen recurrir de nuevo a la mentira para salir del paso. También, sirve para evitar consecuencias desagradables como los niños que no quieren castiga-dos. Según David Livingstone en su libro ¿Por qué mentimos? es la mentira preferida de los hombres para parecer más poderosos o inteligentes.
2. Obtener algo de los demás. Es la mentira egoísta, un tipo de engaño que busca el beneficio propio y que no suele producir culpa. Es una herramienta de manipulación en manos de maquiavélicos y psicópatas.
3. Mentir por compasión. Son las mentiras piadosas. Los embustes que tienen como objetivo elevar el bienestar del otro, no ofender o mejorar la convivencia pacífica. Esta es la mentira preferida de las mujeres, según Livingstone, que desean mostrar interés por los demás (a veces más del que tienen).
4. Engañar porque sí. Es la mitomanía, la mentira patológica de mentiroso compulsivo, un trastorno donde existe una obsesión y un impulso incontrolable por mentir y adornar la realidad para ser el foco de atención y sin aparente preocupación por los efectos. 

¿TE MIENTES A TI MISMO?


Los seres humanos somos capaces de engañarnos a nosotros mismos, narrarnos la realidad de manera que se ajuste a nuestro esquema. Elegimos el mundo que queremos ver. Las palabras tienen mucho más valor por lo que sugieren que por lo que describen. Además, cuando no conocemos el desenlace de algo buscamos nuestra propia explicación. Es el denominado cierre cognitivo, una explicación personal del mundo que una vez creada es muy difícil de modificar. Al final, la fantasía pasa a convertirse en realidad.
A nivel cerebral este mecanismo se basa en el proceso del habla interior que favorece los monólogos mentales. También es una réplica de las conversaciones que podríamos tener con los demás. En ellas no sabemos lo que el otro piensa, pero se imagina. Se produce en la zona del lenguaje del cerebro izquierdo que interactúa con la zona social del cerebro derecho. Esto quiere decir que para su mente está manteniendo una verdadera conversación.
Las personalidades más proclives a mentirse a sí mismas son las narcisistas, cuya idea grandiosa de su persona no se corresponde con la realidad. En el polo opuesto están los inseguros que tienen miedo de no ser aceptados por los demás.
Como ves, muchas voces llegan desde el mundo interior y tienen mucho que decirnos, pero ¿cuántas de ellas se ajustan a la realidad? El problema surge cuando las creemos a pies juntillas.

Fuente: Diario El Mundo


¿ES NEGATIVA LA TIMIDEZ?

La timidez en la infancia a veces es positiva; sin embargo, ésta empieza a ser un problema cuando el menor pasa por situaciones de ansiedad social que se van haciendo más numerosas y con mayor grado de sufrimiento.

Con tres años, Nahia no quería ir al parque. “Que hay niños, ama”, decía. La primera vez que sus padres escucharon esta frase les hizo gracia; sin embargo, con el paso de los meses se dieron cuenta de que la niña no se sentía cómoda con otros niños de su edad y que prefería estar en entornos seguros, como su casa, con su gente de confianza, todos adultos. Pronto la profesora de la niña solicitó una reunión para hablar con sus padres. “No se relaciona con el resto de la clase y se percibe sufrimiento”, les comentó la docente a Ana y Kepa; y les recomendó, asistir a un especialista. Acudieron durante un breve periodo de tiempo a un centro psicológico infantil, pero, siempre recelosos de este extremo, Kepa y Ana, optaron por tratar de ayudar a la niña en familia.
Su ama convirtió los cumpleaños de Nahia en los más divertidos de la clase; de hecho, todas las niñas contaban los días con emoción cuando se acercaba el 15 de enero; los fines de semana salían en cuadrilla con otras familias de la clase y poco a poco la niña se fue integrando en el grupo. Hoy en día, Nahia se siente cómoda y feliz con sus compañeras y amigas, pero, a sus nueve años, sigue sufriendo ansiedad ante situaciones nuevas y con gente que no conoce. “Sólo pido una cosa: que no repita, éso sería durísimo para ella... para todos”, afirma su ama, Ana. El curso pasado, la profesora volvió a reunirse con sus padres. “La niña no termina de romper, no interviene en clase, se queda con las dudas y éso hace que se estanque en los estudios. Este año pasa a cuarto, pero muy justita”. Con el inicio del nuevo curso, Nahia ha comenzado a ir de nuevo al psicólogo.
“Mostrar timidez, en algunas ocasiones, es algo positivo porque, por ejemplo, en situaciones nuevas te permite primero observar, conocer las claves y luego actuar; lo problemático es si el niño o adolescente es tímido en muchas situaciones y se está perdiendo de aprender cosas nuevas y de tener un desarrollo óptimo”, sostiene Inés Monjas, investigadora del Departamento de Psicología de la Universidad de Valladolid y autora de los libros ¿Mi hijo es Tímido? La timidez en la infancia y adolescencia. No existen datos sobre la prevalencia de la timidez en la infancia y adolescencia, sin embargo, Monjas estima que “un 10% de los niños y adolescentes son tímidos y se retraen”.
El primer consejo es respetar los ritmos del menor. “Hay veces que son niños tímidos, pero cuando pasan de una etapa a otra se van abriendo más”. Otro importante: no poner etiquetas negativas, como “soso”, “rarito” o “especialito”. “Hay muchos niños tímidos que a partir de los ocho y diez años pegan un cambio. Sin embargo, si en casa les han puesto etiquetas negativas y les ha recriminado la conducta, pueden continuar siendo tímidos durante más tiempo”. La timidez comienza a ser un problema cuando el menor sufre ansiedad social y ésta no se reduce con el tiempo. “El objetivo con estos niños es que aprendan habilidades sociales y que disminuya esa ansiedad, ese temor a relacionarse como los demás”. Y muchas veces la ayuda de la familia no basta.
“La timidez se convierte en un problema mayor cuando esas situaciones de miedo, de ansiedad social, se van haciendo más numerosas y con mayor grado de sufrimiento para el niño, en esos casos hay que buscar a un psicólogo clínico especialista en tratamiento de niños que le pueda ayudar, por un lado, a disminuir la ansiedad social que tiene y, por otro lado, a que vaya construyendo mejores habilidades sociales". La timidez está muy relacionada con la autoestima, la confianza y la seguridad. No hay que forzar al niño a hacer amigos, ni ponerle etiquetas, ni recordarle todo el tiempo lo tímido que es, ni compararle con otros niños extrovertidos, porque ésto consigue el efecto contrario. “Los niños tímidos piensan que los demás son mejores que ellos, siempre están minusvalorándose o comparándose de forma desfavorable con respecto a otros”.
Es aconsejable provocar las relaciones con niños y con niñas que sean de su agrado. “Ahora mismo tenemos muchos hijos solos, una idea sería invitar a un compañero o a uno de sus mejores amigos a merendar o hacer una excursión con la familia”.
El objetivo final es lograr mejorar su autoestima y una mayor confianza en sí mismos. “El desarrollo evolutivo tiene diferentes ámbitos: el físico, el mental, el emocional y el social. Muchas veces, los padres nos preocupamos del desarrollo físico y del intelectual o académico, preguntamos mucho por las notas y los deberes, pero no preguntamos con quién ha estado en el recreo, quiénes son sus amigos, y resulta que ese desarrollo emocional y social es lo que va a ayudar al niño a tener una buena autoestima y un bienestar”.
VULNERABILIDAD: En una sociedad que premia el “éxito social” y valora positivamente a la gente activa, decidida y divertida, las personas tímidas pueden ver incrementada su ansiedad. “Hoy en día es importantísima la sociabilidad. Antes se podían tener pocos amigos, pero ahora importa muchísimo tener muchas relaciones, tener muchos grupos de WhatsApp, tener redes sociales y que te pongan muchos likes. Aunque éso no sea algo muy relevante para los adultos, para los niños y adolescentes sí lo es, ellos no diferencian entre el mundo presencial y el mundo virtual. Ahora mismo ya estamos hablando de sociabilidad on line”.
Asímismo, hay otro dato a tener en cuenta: “Son más vulnerables a sufrir bullying porque son menos hábiles socialmente, porque tienen menos amigos, porque no van a chivarse a los profesores porque tampoco hablan mucho con ellos. Un niño tímido se está poniendo en una situación de vulnerabilidad para muchas cosas”.
¿Son los niños tímidos menos felices? “Depende del grado de ansiedad y de incomodidad que sienta. En primer lugar, hay que diferenciar entre la timidez como tal y los niños que son menos sociables, que pueden estar horas haciendo un puzzle ellos solos y están tan contentos. La clave está en la ansiedad”

CUANDO COMPRAR SE CONVIERTE EN DROGA

Juego, sexo, comida... Cada vez se tratan más adicciones conductuales. Solo uno de cada seis adictos se rehabilita

«Si nunca has tenido tu mente sometida a una adicción no vas a entender cómo nos sentimos», advierte Josean Fernández, director de la Asociación de Alcohólicos y Adictos en Rehabilitación, Aergi, que lleva 17 años sin beber alcohol. «Se intentará», le responde quien esto escribe. Cuando un adicto recibe un estímulo visual, oloroso o auditivo salta la chispa. Empiezan las palpitaciones. La respiración es cada vez más agitada y el pensamiento se focaliza en el consumo como única fórmula capaz de calmar una angustia interior que de lo contrario parece que terminará explotando por cada poro de la piel. La capacidad de control se anula y entra en funcionamiento el piloto automático del cerebro, que solo permite idealizar cada vez más la sensación de euforia que uno sentirá si ejecuta el consumo. Consume. Se deja llevar. Y entonces llega el arrepentimiento, la culpabilidad, la tristeza y la desolación.
Así se siente un alcohólico o un drogadicto cada vez que se rinde a esa sustancia que le domina. Pero también aquel que es adicto a conductas como el juego, el sexo, las compras, las apuestas, la comida, el móvil y un largo etcétera. «Porque no se es adicto a algo. El adicto es adicto. Sin más».
«Soy adicto y no he consumido» es la frase que repite cada uno antes de su intervención. Hablan de desgracias, de malestar. Coinciden en las ideas obsesivas que les tienen atrapados, pero sobre todo, en que si algo han aprendido es que la adicción no es un vicio, es una enfermedad mental y que ellos, como adictos, son enfermos.
Josean Fernández centra buena parte de su intervención en explicar a los usuarios cómo funciona su cerebro. Les cuenta que son neurotransmisores como la dopamina -la hormona del placer- los que provocan esa sensación de «subidón» cuando uno va a consumir o a realizar esa acción a la que es adicto.
Ellos asienten, entienden cada síntoma que les describe. El problema llega cuando esa explicación se intenta trasladar a personas ajenas a este mundo. El director de Aergi así lo cree y lo padece. Puede ser sencillo hacer entender a la población que una sustancia externa provoca una reacción en el cerebro, pero la historia se complica cuando se trata de explicar que una ludopatía o ir de compras puede generar el mismo nivel de dependencia y «destrozar una vida de la misma manera». «Es como cuando le oigo a la gente decir eso de 'yo juego porque me gusta'. No, no te engañes. Tú juegas porque te calma la ansiedad que tienes y eso te provoca placer».
Fernández: «Al consumir confunden la calma de su ansiedad con el placer, y ahí llega la dependencia»
Pero cómo diferenciar entre recurrir con frecuencia a una actividad como comer o mirar el móvil de una adicción conductual propiamente dicha. «En todas las adicciones hay un velo de sutileza tremendo, pero la diferencia está en la actitud. Si te da ansiedad no poder recurrir a una conducta y te la calma pensar en que vas a hacerla, mucho cuidado».
Entre los riesgos de esas adicciones sin sustancias, además de la depresión, los conflictos personales y familiares, se encuentran las consecuencias físicas. «La tensión que acumula el cuerpo, una vez que los niveles de adrenalina se disparan, hace que la sangre no circule correctamente», explica, y esas anomalías «aunque muchos no lo crean» pueden derivar en un infarto, una angina de pecho o un ictus. «Superar una adicción es muy duro y te condiciona la vida para siempre, por eso la sociedad debe estar prevenida».

Más estímulos

Las denominadas adicciones conductuales han visto un repunte en las últimas décadas con la estandarización de la publicidad, al ampliar el abanico de posibilidades y hacer más visibles y llamativos los estímulos que les seducen al consumo. «Internet, los videojuegos, los móviles... están haciendo mucho daño entre los jóvenes», apunta Fernández, al tiempo que añade un dato demoledor: «Solo uno de cada seis adictos -con o sin sustancia- se rehabilita. Los demás terminan en el psiquiátrico o en el cementerio».
«Es esencial que la gente entienda cómo se cae en una adicción para estar alerta y poder evitarlo»
Y precisamente por ese motivo, Aergi acaba de celebrar su sexto aniversario con la misma intención que el día que abrió sus puertas: desestigmatizar la enfermedad mental de la adicción. «El oscurantismo que había antes, que la gente entraba a terapia tapada para que no se les reconociera, aquí está prohibido», apunta en una sala repleta de carteles en los que pueden leerse mensajes como «La aceptación es nuestra mejor solución».
Así, lamenta que la sociedad es ajena a lo que ocurre entre esas paredes, y «mucha gente debe dejar de creerse con la potestad de decirnos lo que tenemos que hacer. No se dan cuenta de que terminan cayendo en la adicción precisamente por no conocer el proceso que se sigue hasta convertirse en adicto».

Adicciones

Cómo detectarlas:
Cuando el sujeto siente la necesidad subjetiva de recurrir al consumo de una conducta o de una sustancia para buscar el bienestar o para reducir el malestar.
Síntomas:
Incremento de los pensamientos referidos a la actividad o de pensamientos obsesivos; cuando el consumo es cada vez más frecuente y se pierde el interés por otras cuestiones que antes eran importantes; cuando la persona intenta justificarse o cuando anticipa el placer que sentirá antes de realizar el consumo.
Enfermedades en adictos sin sustancias:
Además de trastornos mentales asociados como la depresión, las consecuencias a nivel físico llegan derivadas de los altos niveles de adrenalina. Eso provoca que la sangre no circule como debe y esa anomalía puede derivar en un infarto, una angina de pecho o un ictus.

Fuente: Diario Vasco

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